El martes 13 no me enfrenté a Freddy Kruger ni a ninguna
otro thriller cinematográfico, el mío era un realithriller. Lo primero fue recoger los resultados de la resonancia
magnética y mantener la curiosidad hasta la cita con el doctor. ¡Imposible!!!
Me tomaron dos RM una
de abdomen superior y otra pélvica. La de abdomen superior comparaba mis
resultados con la RM de diciembre, en la que me detectaron los nódulos peritoneales,
pero la pélvica comparaba mis resultados con una supuesta RM que me había tomado en el 2010… cosa que no era
cierta. Se habían confundido con la RM que se hizo mi hermana (idénticos apellidos,
nombres muy similares) en ese año. Al toque llamé, informé y corrigieron el
informe. Salvo por ese detalle los resultados estaban OK.
Luego vino la cita con el doctor, tras el saludo cariñoso
vino la entrega de los resultados y los
10 minutos de ver al doctor revisando cada una de las imágenes (como 12 en total,
con total concentración. El silencio hería.
“El tratamiento está
funcionando” dijo, por fin, el doctor y, por fin, pude respirar. “La cosa es así”, continuó el doctor
mientras hacía un dibujo en un papel, “tenemos
un nódulo, aquí cerca del hígado, otro cerca al pulmón, otro cerca a un riñón y
otro cerca a la vagina”. Este último era nuevo para nosotros porque era la
primera vez que me tomaban un RM pélvica. Seguro que había estado ahí pero no
lo teníamos detectado. “Lo bueno es que en el contraste se nota que ya ha
bajado la actividad” y concluyó el doctor “seguiremos adelante con el tratamiento.
Lo estás tolerando bien”.
Así que confirmamos mi cuarta quimio para el jueves. Yo
aproveché el miércoles y fui a mi doctora bio-energética, le lleve los estudios
y ella me hizo una nivelación de
energías, porque siempre hay bloqueos por la operación. Me dio nuevas gotas
(flores de Bach) para ayudarme emocionalmente y me recetó tomar infusión de Flor de arena, alternada chancha-piedra,
porque la RM también señalaba un pequeño quiste en el riñón, que ella considera
son arenillas producto de la intoxicación de tratamiento. Además me ha pedido
que incorpore jugo de Crambrerrie a mi dieta y siga con el Noni.
La doctora te trata a un nivel holístico y respeta las
indicaciones del oncólogo. Ella se alegró que la enfermedad esté en involución,
me felicitó por estar haciendo planes para el futuro y me alentó a seguir
escribiendo. “Tienes que cumplir tu misión”, me dijo alentadoramente.
Salí con las pilas recargadas y los chacras nivelados, lista
para enfrentar mi cuarta quimio al día siguiente. Esa tarde aproveché para
preparar mi puré de calabaza y hacer algunas compras necesarias para los próximos
cinco días en que no tendré ganas de salir ni gastar mis energías en nada que
no sea descansar.
Esta vez mi papá me acompañó a la quimio. Él entra y sale de
la salita donde estamos siete pacientes cada uno en lo suyo y a la hora de su
caminata diaria, se fue a conocer esa zona de Córpac que no le era familiar. Mientras tanto a mí me ponían el suero, el protector
gástrico la dexametasona, el remedio para las náuseas. Su regreso coincidió con
el primer químico: el pacitaxel, todo bien hasta ese momento, dos horas
después, se dio una vueltita nuevamente y le pedí una vasito de agua. Hacía 10 minutos que me
habían colocado el Carboplatino y se me había secado la garganta produciéndome una
tos suave pero seca. Tomé el agua y justo llegó la señora de la cafetería con mi
juguito de papaya con piña, le di un sorbo y vino la hecatombe.
Volví a tomar el agua, pero algo estaba mal. Sentí que los
brazos me pesaban enormemente y una sensación rara similar a cuando uno está a
punto de vomitar pero el cuerpo aun no se decide. Sin que yo tuviera conciencia
de mis actos pronuncié tajantemente “Señorita, páreme esto que me estoy
sintiendo mal”. Y cómo me verían que al toque pararon la sonda. Yo empecé a
sudar frío y a explicarles lo que me pasaba. Felizmente estaba el doctor de
guardia ahí en la sala, así que empezó a hacer preguntas “¿se le cierra la
garganta?, ¿le falta el aire?”. “Respire hondo”. “Me pesan los brazos”,
insistía yo. “Tengo una sensación aquí” y me toqué el pecho. “Su corazón está
bien”, me contestó rápidamente el doc como en un juego de pin pon”. “Me voy a
desmayar”, amenacé tratando de tirar el respaldar del sillón para atrás sin
suerte. ”Su nombre completo…” “Miski Guerrera”. Luego empezó el dolor de un
retorcijón -“tal vez sea la presión de los
gases sobre el diafragma” pensé- y con ayuda de mi papá aprovechamos un instante
de no enfermeras y me paré, yo quería
caminar, ir al baño pero al incorporarme
sentí que mejor estaba sentada. Ahí fue que me pusieron algún corticoide y me monitorearon
la presión con una especie de clip que te ponen en el dedo índice. Yo escuchaba
a ratos que leían la cifras: “ochentitantos y todos parecían asustados, una
enfermera me pincho un dedo y descartaron hipoglicemia . Yo seguía buscando una
posición cómoda para controlar el dolor del retorcijón que torturaba. “Tengo
que ir al baño”, dije porque sentía que
la premura era inminente. “Primero debemos que estabilizarla”, me indicó
el doctor y entonces supe que no importaba si me hacía ahí mismo, porque sus
preocupaciones eran mayores.
Como llamada por el Cielo, llegó mi hermana y me sentí más
tranquila porque mi papá ya no estaba viviendo este episodio solo.
Entre toda esta confusión, me cambiaron de sillón, quizás para
ponerme oxígeno, pero al movilizarme los marcadores volvieron a “noventitantos… noventaiocho” y
todo se sintieron más aliviados, incluso yo. Entonces me pusieron más corticoides y me dijeron que esperaríamos un rato antes
de continuar con el Carboplatino. Pero a los quince minutos dijeron que mi oncólogo
había suspendido el tratamiento hasta el día siguiente. Eso me sorprendió pero
me pareció muy sensato.
También sentí cierto alivio porque lo que sentí no había
sido un invento de mis nervios- Aunque mi familia siga pensándolo contrario- ni
un chucaque, como se dice por ahí.
Ayer, llegué a mi supuesta hidratación pero me tocó una
larga jornada. Me volvieron a preparar para la quimio y esta vez me cambiaron
el Carboplatino por Cisplatino, que era el químico que me colocaron hace 18
años. “Dios, bendice al Cisplatino, viejo amigo para que no me produzca ninguna
reacción”, oré en silencio.
Mi oncólogo me confirmó que había hecho una reacción
alérgica al Carbopaltino, pero que todo estaba bajo control. Eso sí antes que nada me pusieron un Diazepam
y cuando estaba súper relajada empezaron
con el químico, todo fue bien, felizmente. Entre sueños una pesadilla me atormentaba:
¿Qué pasaría si no resisto este quími…co?
Pero no quería ni pensarlo.
Hoy debo salir corriendo para mi nueva sesión de hidratación,
durará tres horas y nuevamente iré con mi papá, quien sigue siendo mi héroe
número uno.
Señor, bendice a todos
los médicos, a los oncólogos, al médico de guardia, a las enfermeras, a las
auxiliares. Bendice a los familiares de los pacientes que con su sola compañía nos
ayudan a sanar. Bendice, por último al Cisplatino, viejo amigo, que ahora
recorre mi torrente sanguíneo con el Placlitaxel dispuestos a arremeter con las
células malignas. ¡Y gracias, muchas gracias!!!