domingo, 29 de abril de 2012

Cincuenta años, tres días y un golpe a mi autoestima.


Podría culpar a mis cincuenta años de los nuevos achaques que me han obligado a posponer los festejos de mi medio siglo, pero no es así. Aunque él ánimo esté en alto hay secuelas inevitables producto de mi tratamiento de quimioterapia que me están obligando a permanecer en posición horizontal y solo quiero ver TV o leer un buen libro –siempre que no pese mucho.

El miércoles, me despedí del equipo de Oncocare, sin pensar que las volvería a ver muy pronto. El jueves la pasé bien, el estómago me funcionó correctamente, me cuidé y solo salí para reunirme con mi familia por mi cumpleaños # 50. Todo estuvo muy bien  ese día, pero para la jorobita me sorprendió una diarrea que se llevó todas mis fuerzas.

Como ya conozco el procedimiento, humildemente volví a la clínica y recibí mi hidratación. “¿Qué habrás comido Miski?, me decían las enfermeras, “seguro has estado celebrando…”. Al finalizar, me despedí nuevamente como si no nos fuéramos a ver en mucho tiempo. Pero ayer sábado, tuve que volver… Nuevamente la diarrea. Realmente me sentía fatal, me tomé una bebida hidratante tras otras con la esperanza de recuperar mis fuerzas pero estas se hacían de rogar.

Mi papá vino a mi auxilio y fuimos al doctor. Como habré estado de mal y con qué cara que cuando salí de la clínica acompañada de mi papá y subíamos al taxi de un viejito nos soltó el siguiente comentario “Los felicito a ustedes por estar juntos como dos tortolitos, mientras yo he perdido a mi señora…”. Mi papá y yo nos miramos en clave – porque tenemos nuestra mirada clave para este tipo de situaciones- y lo dejamos que siguiera hablando. Pero yo iba luchando contra mis pensamientos “¡¡Es que estoy tan mal que tengo cara de ser la esposa de mi papá??”. “¿O este viejo está acostumbrado a que los hombres tengan esposas jóvenes?”, “¿O es que se me han caído los cincuenta años encima…? ¡Ay, Dios!!”.

Mientras el chofer seguía habla que te habla sin darse cuenta de nuestra situación, yo escuchaba la acusadora voz de mi hermana “¡Por qué no te pones la peluca!” -y efectivamente yo me había puesto un turbante que caía por mi cara sin ninguna gracia-, seguida de “Por lo menos píntate las cejas” y, claro, si tienes que salir en medio de una  churreteada no piensas en ponerte chapas ni pintarte las cejas, aunque -confieso- llevaba mi maquillaje en la cartera.

Mi papá me seguía mirando en clave, y yo le decía “Saca pecho, padre mío”, mientras él se sonreía y me recordaba “Esta es la segunda vez que te confunden”, muerto de risa. Nada como un momento de gran complicidad padre-hija, recordando épocas lejanas cuando a sus cincuentas (y yo en mis veintes) íbamos juntos al supermercado y una cajera fantasiosa nos insistía “¿No llevan galleras para lo chicos…?”.

Esta vez, me sacaron una muestra de sangre, me recetaron un antibiótico y un digestivo. Así que ahora no estoy tumbada precisamente por la diarrea, sino por el antibiótico de 500mg y los golpes a mi ego. Por otro lado mi papá, estoy segura, se siente más rejuvenecido que nunca a sus 79 años y estará esperando el momento oportuno para darse la parte.


Señor, bendice a las enfermeras y doctores que trabajan doble turno para estar disponibles cuando los necesitamos, bendice a mi papá que siempre está ahí, listo para salir en mi ayuda, y perdona a los taxistas ciegos y sordos por ofender sin querer a sus pasajeras con sus comentarios inoportunos.

miércoles, 25 de abril de 2012

Mi sexta quimioterapia, 18 años después


Ayer me reencontré con mi dosis de Cisplatino y Paclitaxel en mi sexta y última sesión de quimioterapia  -eso espero-.  Apenas me recliné en el sillón el sueño se apoderó de mí. Fue un sueño sanador,  no me despertaba ni cuando me cambiaban las conexiones de las sondas. Yo estaba literalmente en otro mundo. Soñaba y soñaba, hasta creo haber tenido una pesadilla.

Puede que me hayan puesto un poco de Diazepán, pero yo me dormí mucho antes. Tal vez porque últimamente he tenido insomnio. Me despierto a eso de las 4 am y tengo ganas de leer, de avanzar cosas… Me da mucha ansiedad saber que mi vida se paralizará por unos 10 ó 15 días. La incertidumbre de saber si tendré fuerzas o no me consume y yo casi ni me defiendo.

Hoy iré a mi última sesión de hidratación. Llevaré una torta de agradecimiento para todo el equipo de enfermeras, asistentes y demás. Hasta detalles simples como este se complican. Quisiera llevar una saludable torta de zanahoria de La Baguette pero por tiempos y fuerzas tendré que ir a un supermercado que está por el camino, pero no creo que haya nada saludable…

Tengo apuro de llegar temprano para salir antes del mediodía. Resulta que esta tarde vendrá a visitar mi casa la imagen de la Virgen de Fátima viajera. Este es un privilegio, que increíblemente se repite por segunda vez. La primera vez que vino la Virgen a mi casa fue en mi cumpleaños hace 12 años.  En esta ocasión la Virgen viene justo el día en que finalizo mi tratamiento y un día antes de mi cumpleaños número 50.  Esta sincronización se la atribuyo a mi abuelita Catita y a mi mamá, mis ángeles amorosas. Y seguro que también por ahí anda metida mi prima Adita, de quien me despedí justamente un 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima; 6 días antes de morir de cáncer.

Ustedes pensarán que hicimos algún trámite, pero no. Recibimos una llamada de los Hermanos que se conocen como Heraldos de la Virgen de Fátima y dijeron que nos iban a venir a visitar el 25 de abril y que nos preparáramos.

La sincronización tiene otro matiz digno de reflexionar. En mayo tengo pensado irme a vivir a mi propio departamento, me estaré mudando luego de casi 18 años de compartir casa con mi tía, la hermana de mi mamá y ella está bastante afectada por esta situación. La visita de la tarde es providencial, no me queda duda.

Mañana, 26 de abril, iniciaré una nueva etapa de mi vida como “Señora de las  cinco décadas”, aunque todavía no me podré mudar, siento que recuperaré un estado de independencia al que había renunciado por diversas razones: económicas, de salud, de comodidad, de gratitud, en fin. Cuando uno pestañea ya se pasaron 18 años…

Me da ilusión volver a tener mi casa y mi estudio en un solo lugar. Ya no tendré pretextos para  no escribir todo lo que yo quisiera. Pero me abordan tremendos temores: ¿entrarán todos mis libros?, ¿alcanzarán las paredes para colocar todos mis cuadros y afiches?, ¿podré contar con un tocador para peinarme y maquillarme cómodamente?

Cuando entré al depa por primera vez una voz interior me dijo “yo podría vivir aquí”, así supe que era la elección correcta. Mientras estaba ahí me imaginaba a mi misma sentada escribiendo frente a las únicas dos ventanas mirando el jardín, pero ahora que han llevado los muebles, esta imagen no me queda muy clara. Démosle tiempo al tiempo para resolver las inquietudes que me atormentan hoy en día.

Solo deseo recuperar mis energías rápidamente y poder entretenerme avanzando la decoración del depa o la mudanza antes del 18 de mayo, fecha en que iré a mi próxima consulta con mi oncólogo con los resultados de la resonancia magnética para revisar el éxito del tratamiento. Frente  a esta incertidumbre, cumplir 50 años no es nada.


Gracias, Señor, por la sincronizaciones que colocas en mi camino. Bendice a todas las personas que rezan e interceden por mí, porque está humilde servidora, no es muy dada a los rezos. Aunque ya voy en la tercera novena al Divino Niño, es decir a ti cuando eras chiquito, no siempre puedo hacer las tareas del día, pero lo haré en cuanto me sea posible.

“¡Oh, Divino Niño, mi Dios y Señor
Tú serás el dueño de mi corazón!”

jueves, 19 de abril de 2012

Políticamente incorrecta


Mi hermana mayor me acosa diciéndome ¿por qué no te pones la peluca! Yo no sé qué contestarle, no sé si lo hago por comodidad o porque me gusta mi imagen en el espejo con pañuelitos, turbantes,  gorritos o lo que fuera que se me antoja ponerme. Por lo menos píntate las cejas, fue su última advertencia, y en eso sí tenía razón. Con un buen retoque a las cejas se te va el aire de enferma. 

Por suerte, de toda mi cabellera lo único que queda son las patillas y eso también ayuda.

Cuando estuve de viaje fui feliz.  Como era primavera, en el día usaba un gorrito coquetón con quepí y en las noches me ponía una boina negra de paño. La gente pensaría que era una artista o un artista con quimio –¡adivinaron!-. Yo me sentía súper libre porque nadie me conocía. Acá en mi ciudad natal todo es diferente.

Hay que pensar en no asustar al prójimo, para evitar las explicaciones… El otro día llamó a mi casa una vecina que nunca nos habla, la verdad sea dicha del saludo no pasamos. Pero llamó para saber por mi salud. Dice que me vio y que el pañuelo se me había movido y supo inmediatamente que algo raro pasaba. Lo bueno es que se trata de una señora evangelista y está orando por mí. Se lo agradezco.

Creo que a mi hermana le molesta que luzca enferma porque soy una amenaza para sus temores. Ella fue la primera en tener cáncer de ovario hace 19 años y tuvo dos episodios al igual que yo, y, al igual que me pasó a mí antes de recaer, está por cumplir 14 años sana.

Me doy cuenta que soy un símbolo viviente de que el cáncer le puede dar a cualquiera, o de que puede volver a atacar y hay que estar alerta. Pero, además, soy un símbolo de que los enfermos de cáncer no parecen estar enfermos, de que los pacientes de quimio no se parecen a los pacientes de la Teletón.

Cuando estoy sin peluca me convierto en una presencia políticamente incorrecta para mi sociedad ignorante y temerosa. Y tal vez esa sea mi misión en esta vida…

El otro día estuve en Wong, fui con mi pañuelito y sin asco me coloqué en la caja preferencial. Como había poca gente a esa hora, delante de mí había una señora joven y perfectamente sana que empezó a dar signos de bochorno en cuanto me vio. He decidido aprovechar lo que me queda de tratamiento y estacionarme en el lugar reservado para minusválidos y ponerme en la cola preferencial en el banco, tenga o no peluca… Es mi derecho y es algo que debo aceptar, aunque todos me digan que me veo bien.

Ayer fui a buscar un colchón nuevo. Me había olvidado que tenía un pañuelito puesto- siempre me olvido que soy una presencia amenazante-. Cuando le expliqué al vendedor que buscaba un colchón firme pero no muy duro y luego de probar varios de los que tenían en exhibición sin éxito, interrumpiendo su discurso tecnológico con mis explicaciones que tengo un dolor en el área lumbar y que el súper relleno que me recomendaba me empujaba las costillas de abajo para arriba, comprendí que había metido la pata. Pobre vendedor, pensaría que tenía cáncer de huesos, porque yo personificaba a doña Dolores... Cómo explicarle que la última vez que compré un colchón me vi obligada a devolver los dos primeros que escogí alegando que no podía pagar tanto por un colchón de marca que me hiciera doler el cuerpo al extremo de no poder continuar durmiendo. Supongo que como al final terminé comprando el más caro de todos deben haber retirado  mi foto de la lista de indeseables en la tienda...

Visualicé mi propia imagen, con pañuelo en la cabeza, tirada sobre cada colchón que me recomendaban: de espaldas, de costado -¿existe otro modo de probar un colchón?- y me descubrí como una modelo de catálogo oncológico ...Ja,ja,ja, ja!!!! Al final me cotizaron el segundo más caro de la tienda y me fui dejando ilusionado al vendedor con la posible venta.

Por la tarde fui a hacer un trámite y la señora que me atendió fue por demás atenta, intervino a mi favor y dijo: las señora está un poco delicada.... yo sonreí  por dentro, me acomodé el pañuelo  y me pareció escuchar la voz de mi hermana impaciente diciendo ¿por qué no te pones la peluca!

Señor, bendice las cajas preferenciales, bendice a la gente amable y comprensiva que tiene gestos cálidos con los pacientes oncológicos. Protege,además, a las pacientes testarudas como yo que teniendo peluca, salen al mundo con su pañuelo delator.

lunes, 16 de abril de 2012

Este cuerpo que habito


Cada día me convenzo más que hice lo correcto al pedir descanso médico en mi trabajo. Han pasado 13 días de mi quinta quimio aquí estoy racionando mis fuerzas. No más de dos horas de actividad y mi cuerpo exige un prolongado descanso. A veces siento que estar sentada no es suficiente y debo echarme en mi cama para recuperarme.

El ser humano cuenta con un mecanismo maravilloso que busca su propio equilibrio como razón de existencia, lo que llaman homeostasis. Si no haces caso al cansancio, te envía un ataque de bostezos hasta que comprendas que “o descansas o descansas…”. Si no te  estás alimentando como debes te envía unos antojos que te atacan hasta en sueños y te tienen todo del día pensando en comida, pero no creas que en golosinas, sino en frejoles, lentejas, carne –mucha carne- hasta en sopita de chifa.

Ayer fui a Wong y encontré esos plátanos palillo- ¿y qué creen?- Mi cena fue plátano frito con huevo frito, algo que no como casi nunca porque le temo a las  frituras. Pero no me pasó nada.

Hoy mi almuerzo será ensalada de lentejas con palta, tomate y unas hebras de pollo… ¡Hmmm! ¡Ya no puedo esperar! De postre prepararé una mazamorra morada natural con sus pasas y sus guindones.Voy a estrenar una harina de maíz morado que encontré en la Bioferia, ¡ya les cuento!!

Y para tomar un emoliente casero…

Como les decía, felizmente que estoy de  descanso médico. Solo así podría descansar y tener el tiempo suficiente para preparar mis alimentos nutritivos, los que pide mi cuerpo - este cuerpo que habito (parafraseando el título de la última película de Almodóvar “La piel que habito”).

Este maravilloso cuerpo que Dios me ha dado me habla de las más diversas formas, pero debo conectarme con él para escucharlo. Comprendo que soy su huésped, su único huésped, así que él depende de mí tanto como yo de él.

En 10 días cumpliremos 50 años de coexistencia en este mundo. Como mi calendario de quimios se modificó por Semana Santa, ya no coincidirá con mi última sesión, sino con el tercer día de mi sexta y última quimio  -según lo planeado. Por lo tanto será un cumpleaños especial, volveré a las prioridades básicas del recién nacido: comer, dormir y hacer pufis…Lo tomaré como un renacimiento. Yo lo siento así.

La celebración tendrá que ser unos 15 días después cuando ya esté con fuerzas para organizar y disfrutar.

Gracias, Señor, por este cuerpo maravilloso que habito, por este cuerpo luchador que lleva por su sangre Paclitaxel y Cisplatino a raudales además de lucir orgulloso las huellas de varias cirugías y tratamientos… le asuste a quien le asuste.

viernes, 13 de abril de 2012

Pecho de vencedoras

Hoy recibí un mail de una amiga brasileña con el subject:  "Cuando el cáncer es bello". Compartía la noticia de una exposición fotográfica  titulada "De Pecho Abierto" y que se va a montar en diferentes estaciones del Metro de Sao Paulo con el objetivo de subir la moral de las mujeres que han pasado por experiencias de cáncer de mama. Me pareció una excelente idea y me puse a googlear al respecto.


La exposición ha sido motivo de un libro que se llama "De Peito Aberto - a Autoestima da Mulher Com Câncer de Mama, Uma Experiência Humanista . La autora es la periodista Vera Golik y el fotógrafo es Hugo Lenzi.  Me parece una iniciativa genial, digna de imitar...
 La pregunta es ¿quienes se suman ante la posibilidad de posar y poner el pecho, el vientre, la oreja, lo que fuera motivo un cáncer...? En mi entorno somos muchas las que hemos pasado por esto. ¿Quienes se apuntan?? Tenemos que cambiar muchos prejuicios alrededor de esta enfermedad.
 Disfruten las fotos y difúndalas.
 Si tuviera que elegir esta última sería mi favorita. Ojo: es un Girasol, sí, un girasol...

Hace unos meses (antes de mi diagnóstico) escribí en mi facebook a propósito de un girasol que brotó espontáneamente en mi jardín.

"Este girasol 
es un ángel 
que brotó en mi jardín
una mañana 
para enseñarme el secreto de la supervivencia.

Girar y Girar
como en un baile soñado
cambiar de rumbo
en vez de seguir tercamente.

Dios me ha envido a este girasol
y yo lo descubrí
una mañana en mi jardín"




Gracias, Señor por los milagros de la sincronizacioón, porque hay gente comprometida que está pensando lo mismo que una y tú nos contactas a través de tu red de ángeles en el Cielo y la Tierra.

miércoles, 11 de abril de 2012

Amo mi peluca


Hace un par de semanas salí del país por unos días, tenía un compromiso ineludible en los Estados Unidos. La fecha fue más que providencial, coincidía con la tercera semana de tratamiento, es decir con la semana en que tengo energías. No obstante estaba nerviosa.

El mismo día del viaje, mi oncólogo me recibió para revisar mis análisis, la hemoglobina estaba en 11 y los leucocitos en 4,000. “Todo bien”, me dijo, “puedes viajar”. Yo iba a viajar de todas maneras con mascarilla, tal vez con las defensas reforzadas por alguna vacuna o algo así. Pero no fue necesario.
Saber que al día 11 del tratamiento, en que se supone que tu cuerpo está al nivel más bajo de defensas, te digan que no estás tan mal me dio mucha fuerza para salir a cumplir con lo mío. Me fui feliz, orgullosa, sintiéndome fuerte –increíblemente fuerte.

Llevé una maleta pequeña y un bolso de mano tal vez más grande. Ahí llevaba todo lo importante: mi notebook, el cargador, las copias de mi ponencia, las cartas de invitación por si los gringos se ponían pesados, mis joyitas, mis medicamentos y, por supuesto mi peluca.

Había decidido viajar cómoda y además cuidar de mi nueva cabellera. Estaba recién peinada y yo no quería que los rulos naturales llegaran aplastados ¡De ninguna manera!

Pregunté si había que declarar la peluca por temas de seguridad, me dijeron que no, así que la empaqueté bien para que no se chancara y ¡listo!!

El personal de aduana en Lima fue muy discreto, me hicieron sacar todo, hasta la correa pero no el pañuelo que llevaba en la cabeza. Una oficial me palpó discretamente y al comprobar que no había pelo ni paquetes de droga ocultos bajo mi pañuelo turbante me dejó pasar sin problemas.

Confieso que esto de viajar con un pañuelo que te cubre la cabeza me dio una seguridad singular en lo que respecta a higiene, me sentía protegida: de piojos, microbios o lo que fuera (al final siempre me da asco apoyar mi cabeza donde otra persona ha tenido la suya durante horas).

Cuando llegué a mi destino la seguridad del aeropuerto se desquitó a gritos contra mi pañuelo y mi sangre latina. “¡MOM!!!! ¡MOMMM!!!”, gritaba el afroamericano. No me palparon el cráneo porque tienen un sistema de rayos X que te ven desnuda completamente. Felizmente mi peluca paso desapercibida en la maleta de mano y seguí mi camino.

Una vez ubicada en el hotel acomodé mi preciada cabellera en lugar preferencial y solo la usé el día de mi presentación. Así descubrí que con peluca no me reconocen o  con pañuelo no me reconocen, somos dos personas distintas. Bueno, la peluca  iba acompañada de ropa formal, detalle importante, valgan las verdades.

De vuelta a Lima, tuve que hacer trámites notariales casi de inmediato y ahí estaba mi peluca lista para ser usada. Una obra de arte ready-made (como decían los vanguardistas) pero mutante, porque la peluca será la misma, pero los rulos nunca se ven iguales.
Ayer tuve un compromiso y nuevamente me enfundé mi peluca. La peiné un poco y aunque rebeldes, sus rulos nunca son tanto como mi pelo original. En ese momento caí en cuenta que la peluca es una bendición. No me tengo que teñir las canas y  me hace lucir más joven porque desde mis tempranos treintas nunca he tenido tanto volumen de cabello.


Señor, bendice a las peluqueras que se queman los dedos tratando de darle mayor naturalidad a los rizos de mi peluca. Dales larga vida y una buena jubilación porque se lo merecen. Mi peluquera, mi confidente. Ella misma la lava, la seca, la prepara y me da ese look libre que hace que pueda sacarle más puestas que los peinados que con tanto esfuerzo lograba sobre mi pelo natural. Si supiera que la llevé escondida en la maleta, me mata.

Gracias, Señor por todas tus bendiciones.