viernes, 18 de enero de 2013

Veinte sesiones


Hoy tendré ni control por las 20 sesiones de mi tratamiento de radioterapia. Me faltan ocho y habremos finalizado este capítulo de mi lucha contra los nuevos nódulos.

Ayer conversaba sobre mi situación con un primo, entre nos, un gurú en comida natural, autocontrol y un iniciado en el tema del ayahuasca. Para mí, es un sanador.

Conversamos sobre mi consulta a mi doctora bioenergética, lo que ella me había indicado “Hay algo que tienes que resolver, que aún no has logrado.” Algo que tiene que ver con mi maternidad (no maternidad en mi caso), mi familia, mi filiación en el sentido más amplio.

Sí, es verdad, la presencia de estos nódulos me ha golpeado, me ha herido profundamente en mi ego. Yo soy muy competitiva y esos nódulos me han tomado desprevenida, con la guardia baja.
¿Dónde estaban mis defensas? ¿Qué le pasa a mi sistema inmunológico que no me defiende? ¿En qué anda ocupado mi cuerpo? Si es una forma de comunicación de mi cuerpo ¿qué me quiere decir?? ¿Qué debo cambiar??

Ya he cambiado de casa, ahora vivo sola. He cambiado de dieta, soy vegetariana y me cuido en lo que como. Lo que no he cambiado es mi forma de ganarme la vida. Hay sueños que siguen postergados. Y hay un tema que no cambia hace tiempo: no tengo pareja.

Una amiga también sanadora, me ayudaba a reflexionar. “Vuelve a escribir para adultos”, me sugería, “vuelve a tus cuentos de personajes femeninos a tu poesía erótica. Y si necesitas cámbiate de trabajo”.

Tantas reflexiones me tienen un poco aturdida. No sé cuál es mi posición en esto, por eso no he escrito con la frecuencia de antes.

Además las urgencias del día a día, me demandan mucha concentración. Alimentarme bien, evitar las diarreas, hacer ejercicio para que no se atrofien mis músculos otra vez. Colocarme emplastos de arcilla. Tomar graviola, mis pastillas de anticancerlín, hervir las hierbas chinas sin quemar la olla… descansar.
Lo que más me agota es ir a  las sesiones de radio a las 3,30 de la tarde, justo a la hora de la siesta, cuando mi cuerpo pagaría lo que sea por dormir un rato más. No sé si soy yo o si la máquina es caprichosa, pero lo cierto es que uno nunca sabe cuánto durarán las sesiones. A veces duran 10 minutos, a veces media hora.

Ingreso al cuarto del acelerador lineal, la encargada cambia la sábana a toda velocidad, me echo en la camilla, me bajo el pantalón y me subo la blusa, dejando mi vientre al aire, las encargadas me acomodan guiándose por una cruces que tengo marcadas en mi cuerpo. Una vez ubicada,  elevan la camilla. El aparato que tiene un plato giratorio está a escasos 20 centímetros de mi cuerpo. El brazo gira y el plato se coloca debajo de la camilla y desde allí me apunta con sus rayos. Hay una pantalla del computador donde alcanzo a ver las órdenes que le dan al acelerador lineal. Se despliega un menú, se despliega otro y otro, hasta que sale una ventanita roja y se escucha el zumbido. Cuento hasta 10, hasta 19 o hasta 20, algunas veces. Nunca dura lo mismo.

Luego vuelve a girar el brazo, se detiene a la altura de mi cadera izquierda, una de las encargadas ingresa y cambia una especie de filtro que le ponen al plato, se retira y empiezan con los comandos del computador y al ratito va el zumbido… 1,2, 3…19…23 y nos detenemos. Vuelve a girar el brazo y me apuntan por el lado derecho…19…23…30. O yo llevo mal la cuenta o me dan diferentes tiempos por cada lado.

Luego me bajan, me acomodo la ropa y salgo corriendo. Debo pasar por el baño porque me urge. No me hago ninguna bola al respecto. Si el baño está cerrado, busco otros u otro. No siento vergüenza, es parte de este proceso y lo vivo con dignidad.


Gracias, Señor por hacer que las 20 sesiones se pasen volando, gracias por tantas personas buenas que pones en mi camino y por tantos sanadores del cuerpo y del espíritu que están cerca a mí. ¡Bendiciones para ellos!

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