El jueves pasado celebré mi “graduación”, es decir el fin de
mi quimioterapia. Gracias al apoyo de mi hermana me animé a celebrarlo y realmente
fue una buena idea.
Al terminar mi hidratación se reunieron en la sala de quimio
todas las enfermeras y auxiliares, para brindar y compartir; hasta mi oncólogo
llegó para la foto. Fue un momento emocionante porque, como dijo mi hermana,
celebramos haber llegado a una meta: cumplir los seis ciclos de quimio. Algo
que a mí me parecía muy difícil. También hablaron de la valentía que implicaba seguir
el tratamiento y de mi alegría y buen ánimo en todo momento.
Estos discursos rompieron el hielo y al rato los ocho
pacientes que estábamos en la sala estábamos charlando, compartiendo y riendo.
Cuando me despedí, me fui contenta de haber culminada esta etapa
con éxito y satisfecha porque los demás
pacientes se quedaron más animados y motivados a seguir adelante. Una señora me
dijo “eres la primera persona que conozco que ha terminado su tratamiento y
está tan bien…” ese sí que fue un piropo.
La graduación es un acto simbólico, el proceso de la quimio
sigue con sus efectos: la diarrea y el cansancio. Solo que como ya sé que es la
última sesión, lo tomo con mayor naturalidad.
Ahora, empieza otra etapa. Debo concentrarme en recuperarme.
Preocuparme un poco más por mi alimentación y hacer ejercicio. Poco a poco este
primer mes hasta la cita del 21 de junio, en que me evaluarán con una
resonancia magnética y análisis de sangre. Ese día confirmaremos que todo este
esfuerzo ha valido la pena. De ahí en adelante ya será otra historia.
Señor, gracias por las
celebraciones que nos levantan el ánimo y alientan el espíritu.
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