No han pasado ni tres semanas de clases y ¡PLOP!!! Ya empecé
a somatizar… Me brotó un herpes en el pecho y debajo del brazo. Gracias a Dios,
que no me ha dolido tanto y que los brotes han sido realmente pequeños. Mi sicóloga – sí ahora voy a una
terapia de grupo- dice que eso me pasa por no hablar de lo que me molesta. ¡Mi
cuerpo está protestando!!
Resulta que estoy aterrada de dejarme dominar por la rutina
y las urgencias del trabajo. Es difícil para mí, no sentir cierta culpabilidad
por haber estado ausente durante ocho meses y que el trabajo acumulado siga así,
acumulado –sí, ¡estoy mal de la cabeza!!-.
Yo pretendo organizarme pero me doy cuenta que mis pares no
respetan los tiempos de los demás. Hay que estar persiguiéndolos, replanteando
citas, insistiendo porque te contesten. Así que ahora me doy cuenta que si no
se avanza como se debe, no es por mi
culpa, sino por la ineficiencia de los otros miembros del equipo. Pero como no
me gusta integrar un equipo ineficiente estoy dispuesta a apoyar
incondicionalmente y ¡…ahí está la trampa!!! Debo aceptar que no integro el
quipo de los 4 fantásticos sino el de los 3 gatos que cantan desentonados… ¡Qué
golpe para mi ego!!!
Corolario: debo
repensar mis prioridades laborales. Debo ponerme límites y aceptar las
limitaciones de los presupuestos, los cronogramas, etc. Sin perder el ánimo.
Señor, dame fuerzas
para aceptar que no puedo detener las turbulencias de la vida, que debo esperar
que pasen sin tomarlo como algo personal. Bendice a mi equipo para que recupere
el equilibrio perdido y trabajemos en armonía.
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