Mi último post alardeaba de mi recuperación física. Yo
estaba sorprendida de haber podido mantener el ritmo de antes (mucho antes)
durante casi 10 días consecutivos. Me sentía tan emocionada que hasta acepté la
donación de una bicicleta estacionaria para hacer mis ejercicios.
No habían pasado ni 48 horas del mencionado post cuando me
dio un ataque de cansancio absoluto. Llegué a casa como a las 7,30 de la noche
y opté por descansar un rato. Me puse pijama, me acomodé bajo las sábanas y
prendí la TV. Pasó un capítulo de Two and
a half men, paso otro, empecé otro hasta que perdí la cuenta, cuando
desperté estaba dando una serie antigua… ¿Qué raro?, pensé. Mire la hora eran
la 1.30 de la mañana.
Es decir, había perdido una noche. El cansancio era tal que
no cené, ni di de comer a mis hámsters ni menos las saqué a pasear.
“Ya fue”, decidí, apagué el TV me di la vuelta y hasta la
mañana siguiente.
Desde ese día he bajado el ritmo. No estoy en competencia de
resistencia con nadie, ni conmigo misma en mi estado no-atlético anterior.
He empezado a hacer 10 minutos de bicicleta por las mañanas
y este esfuerzo me ha llevado a comer algo a las 11 am porque me siento
desfallecer y además a dormir la siesta (de una hora) cada vez que puedo.
Felizmente últimamente ha habido varios fines de semana largos…
Señor, gracias por los
feriados que te permiten dormir un poco más y hacer la siesta. Gracias por este
cuerpito que aunque se cansa, responde y se está recuperando. Gracias por mi
nuevo cabello, totalmente rizado y con sus canas naturales. Gracias por muchas
cosas, especialmente por las bendiciones que me ofreces cada día.
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