martes, 14 de mayo de 2013

Del banco, la perra y la peluca


Ayer, avanzada la tarde, me doy cuenta que tengo que pagar mi tarjeta de crédito y ya no  lo puedo hacer vía online, así que me alisto para ir al banco que queda a tres cuadras y hacer el pago en el cajero automático.

Como estoy deportiva con buzo y zapatillas me animo a llevar a la perra conmigo. Aprovecho para que se pasee, pienso.

Enrumbo al banco, la perra camina obediente hasta que a unos pocos metros de mi objetivo se dispone a hacer sus necesidades. ¡Oh, no!!! Si mayores reparos deja un regalito enorme sobre la acera. 
Felizmente estaba preparada y tenía dos bolsas en mi cartera. Me agacho para recoger sus heces y me olvido que llevo puesta la peluca. Estoy en plena faena de recojo cuando la perra se suelta, me incorporo de un salto y me lanzo sobre la correa que se alejaba cada vez más de mi. En ese momento siento que con el impulso la peluca ha dado un brinco en mi cabeza y ha caído por donde ha querido.

Cuando logro levantarme el pelo me cae sobre la frente sin raya ni forma. Tengo las manos ocupadas con la correa de la perra y la bolsa con el recuerdito. Trato de mirarme en el vidrio de las ventanas del banco, no llego a distinguir nada.

Ya en el banco no me queda otra que dejar a la perra afuera, enganchada en la reja, entro con mi bolsa del delito y me acomodo la peluca ante la mirada asombrada del vigilante. De hecho que cumplo todos los requisitos del manual del sospechoso. ¡Con perra y con peluca!!! Hago mi trámite lo más rápido que puedo y recupero el peinado y la dignidad en cuanto vidrio encuentro en mi camino.

Regreso lo más rápido posible y ruego a todos los santos no encontrarme con nadie conocido… Voy pensando que a veces es mejor camina sola, que mal acompañada. Sobre todo en mi situación.


Gracias, Señor, por las anécdotas que le quitan solemnidad a la vida, que nos hacen reírnos de nosotros mismos. Sin ellas que aburrida sería la vida.

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