Sí, he pecado. Con premeditación y alevosía. Merezco el
rigor del castigo por mi culpa pero apelo a conseguir una buena indulgencia.
Sí he pecado, y no una sino varias veces en un solo día. Y
como tres días seguidos.
Empecé por tomarme un sorbito de Coca Cola –tienen que comprender
es verano y hace calor-. Vi la botella delante de mí y no lo pude evitar. Algo
más fuerte que todos mis miedos juntos llevaron a mis brazos a levantar la
botella y servirme medio vaso más. Para que el pecado no fuera tan intenso le
agregué algunos hielos. El placer fue efímero y algo opacado por la culpa. Pensé
en mi hígado, en la prohibición de no comer nada con colorantes ni
conservantes, oí la voz de Sacha Barrio en mi reciente lectura de la Nutrición
Inteligente y ni todos sus recomendaciones juntas pudieron detenerme de
levantar la botella y servirme un segundo vaso, esta vez hasta la mitad, con
sus cuatro cubitos de hielo y sentarme cómodamente a disfrutar el líquido
elemento -venenoso, es cierto- y saciar
mi sed.
Una vez cometido el delito me concentré en la nada
intentando borrar el recuerdo de tan furtivo placer, pero la culpa es memoriosa
y traicionera, y está ahí rondando y generando ansiedad.
Entonces, a mis nervios
habituales se le sumaron las ansias de comer para no pensar y terminé devorando
el almuerzo a las 10,30 de la mañana -no es que yo cocine muy rico pero el
saltado de hígado me resultó irresistible y no me importó tener que prepara
nuevamente mi nutritivo almuerzo.
Basta con ceder un poco un día y terminas cediendo más al
día siguiente –¿les suena conocido?-. Hoy me di cuenta que no tenía papaya para
prepararme mi habitual jugo matutino, entonces me apuré en bañarme y cambiarme para
ir a la tienda por fruta y algunas otras cosas saludables. Sin embargo,
mientras me dirigía a la puerta fui posicionada por una magnífica idea: en vez
de ir por la papaya, volver, preparar el jugo, lavar la licuadora y demás, iría
a una juguería cercana que he tenido en la mira pero a la cual nunca había ido.
Me encomendé a todos los santos para que el agua fuera hervida o de botella y
que la fruta estuviera bien lavada, escogí la combinación número 79 (papaya,
naranja y piña) y antes de que pudiera reaccionar me escuché a mí misma “y deme
además un pan con pollo”.
Así fue que mi desayuno saludable se convirtió nuevamente en
un almuerzo de media mañana con un pan francés gigante –se supone que no debo comer
harinas- que explotaba de pollo deshilachado –sabe Dios qué habrán comido esos
animalitos- y con un discreto toque de mayonesa –con sus grasas TRANS y todos
los saturados que se puedan imaginar-.
Mientras devoraba el súper pan, sentía un ojo vigilante que
me observaba, pero esta vez no hubo culpa ni miedo que pudiera detenerme.
No hay una buena confesión si no hay propósito de enmienda,
reza el catecismo. Si quieres ser absuelta de tus pecados debes tener el firme
propósito de no volver a caer en la tentación. ¿Será posible evitarla??
Te ofrezco gracias; Señor, por los nutricionistas que nos guían en el camino
a la buena alimentación. pero te doy gracias, también por las golosinas, que nos alegran
la vida, aunque nos traigan problemas de conciencia más que de salud.
Es que la virtud y la vida solo brillan contra el trasfondo de esas "caíditas" que nos enseñan por qué vale la pena seguir avanzando....
ResponderEliminar¡Saludo con la Coca Cola, el pollito y las grasitas!
:D