Pasar de sentir alguna dolencia a convertirte en una paciente
oncológica siempre es un proceso brutal. No importa cómo te lo digan: “Mire,
usted tiene un quiste…” “Le hemos detectado unos nódulos…” “La biopsia indica…”.
Los doctores se apuraran y, de ser el caso, te apremiarán para poner fecha a la
cirugía: “En estos casos no es conveniente esperar…”.
Lo que es cierto es que si –como fue mi caso- por fin
encuentras una respuesta a ese dolor impredecible o a esa situación que se
estaba convirtiendo en un dolor de cabeza para tu salud, lo más probable es que
sientas cierta satisfacción de haber recibido un buen diagnóstico.
Recuerdo mi primera vez. Yo sentía un hincón sobre la zona
del ovario derecho. Algo me pellizcaba cada vez que íbamos en auto y pasábamos un
bache o un rompemuelles. Uno piensa en gases, en que el ovario se está
estrujando para botar el óvulo y cualquier otra teoría, pero no dice voy a ir
al médico a la primera señal. Un día iba a sentarme sobre in banco alto, cuando
sentí claramente que en mi interior
había una bolita que se movía hacia arriba cuando me sentaba y regresaba hacia
abajo cuando me paraba. En un primer momento me pareció algo divertido y me
puse a cantar “tengo una bolita que me sube y me baja… me sube y me baja…”. Pasaron
los días, tal vez un mes o más y al hacer el amor sentí un dolor profundo,
inexplicable. La siguiente vez que me descubrí a mi misma penando sobre la
bolita que subía y bajaba una voz interior me habló claramente: “Oye, sonsonaza,
¡cómo que tienes una bolita que te sube y te baja…! Escucha bien: ¡Tienes una
bolita!!! ¡Tienes que ir al doctor!
En un primer momento fui a mi ginecóloga de entonces, quien
me trató de todo tipo de inflamaciones
hasta me tumbó con antibióticos porque según ella yo tenía una infección a la Trompa de Falopio. “Si no haces reposo puedes quedar estéril”, me advirtió. Terminé
el tratamiento y el dolor había empeorado. La doctora culpaba a mis nervios y
se negaba a sacarme una ecografía nueva porque yo tenía una de 8 meses atrás.
No tienes nada, concluyó.
Ese día, llamé por teléfono a un oncólogo que había atendido
a mi mamá y aunque no me caía bien fui a la cita. “Aquí yo palpo algo”, me dijo
y me ordenó una ecografía y otros exámenes. Mientras me hacían la ecografía se
armó un alboroto, el asistente llamó al médico principal, el médico principal a
otro médico y los tres observaban la pantalla del ecocardiógrafo sin percatarse
que yo seguí ahí escuchando. Cuando terminaron con mucha sutileza me dijeron: Señora, mejor espere para que se lleve hoy
mismo sus resultados.
El diagnóstico era tan claro que no hubo duda. Yo me quedé
sin habla. Mi esposo estaba en shock. Salimos con la
certeza de que tenía un cistoadenocarcinoma medianamente diferenciado y en vez
de irnos al cine fuimos a la casa de mi papá aturdidos a compartir la noticia y
buscar consuelo.
Así me convertí en paciente oncológica a los 31 años. Sin
anestesia ni clemencia.
Gracias, Dios Mío, por
los oncólogos que pones a nuestro camino, sin ellos tal vez yo me hubiera
convertido en paciente oncológica muchos años después y no estaría acá contando
mi historia. Y Gracias por haberme permitido ser tan terca.
Nunca tuve un médico que me diera un resultado fatídico. Recuerdo mi primera vez... había dejado la muestra de lo que me habían sacado en el quirófano del policlínico Angamos. El médico me había aconsejado que ni bien despertara de la intervención debía pedir el pequeño frasco donde cabía algo de mí y llevarlo a un laboratorio particular para que lo analicen, eso era mejor que esperar el mes y medio que demoraría el seguro social en darme un resultado. Ya ese consejo hizo que mis 'antenitas de vinil' captaran el peligro... estaba, un poco, avisada de la probabilidad sin que hubiera escuchado la palabra que espanta a todos.
ResponderEliminarY así lo hice. Al tercer día de espera fui, luego de salir del trabajo, a eso de las 7 p. m., a recoger el resultado. Tenía el sobre en mis manos, cerrado, y no lo abrí hasta estar en la tienda del grifo que quedaba muy cerca, en la Av. Arequipa, en Miraflores. Leí el resultado: adenocarcinoma... carcinoma... eso es cáncer, me dije. A pesar de sentir que 'alguien' me decía esa temida palabra desde hacía más de una semana, al leer el resultado no quería creerlo, tanto que llamé a mi hermana para que me sacara de dudas... y ella también lo negaría, pero rápidamente le respondí: "¡Claro que es cáncer!", muy segura de mí. Pero mi problema, más que el diagnóstico que esperaba, era decírselo a mamá o no. Ella sabía que ese día iría al laboratorio. Se lo pregunté a mi hermana y ella me respondió que debía contárselo. Y así fue, y también fue que tuve que consolar a mi llorosa madre, abrazándola y repitiéndole: "Todo va a salir bien".
Un gran ejercicio mental, ¿no crees?
Querida Gaby:
ResponderEliminares muy diferente ser la paciente que ser un familiar de la paciente con cáncer. Yo lo he vivido desde las dos orillas y la preocupación es más fuere cuando se trata de tu hermana o tu madre. Cuando nos toca a nosotros, algo muy adentro nos dice que hay que seguir adelante y no flaquear (tal vez sea un mecanismo de defensa) pero con tus familiares te pasan todas las dudas y todos los miedos por la cabeza.
Como cuentas, ningún médico te dio la noticia,pero te hizo el gran favor de adelantar tu diagnóstico y tratamiento. Qué bueno que hayan doctores tan conscientes de su deber con los pacientes. qué malo que el seguro social no pueda darte el resultado de la patología en menos tiempo.