miércoles, 25 de enero de 2012

Volver a nacer


Todos tenemos un cumpleaños, pero los sobrevivientes tenemos una fecha más que celebramos como el comienzo de una vida extra.

Mi madre acostumbraba recordar cada año, el día en que cumplía un nuevo año de operada. Tengo un año más de vida, decía, con cierto tono melancólico, que nos transmitía sus temores y no daba espacio para ninguna celebración.

Entre su primera operación (de cáncer) y la segunda, mi madre llegó a cumplir 10 años más de vida.

Ahora que pienso en retrospectiva, entre 1979 y 1989, eran pocas las certezas que te daba la ciencia médica. Cada chequeo incluía una prueba de sangre un examen clínico minucioso y nuevas instrucciones. La mayor parte de las veces el diagnóstico era “Todo va bien, señora Judith” y mi mamá salía con la esperanza de que todo estuviera bien, pero ninguna certeza.

A ella no le hacían ecografías, en ese tiempo no existían las tomografías, no había resonancias magnéticas ni hablar del pet scan. Realmente, el trabajo del médico y la confianza del paciente pendían de un hilo muy delgado: los designios de Dios.

Ahora que lo pienso, creo que los 10 años que mi madre vivió asistiendo a sus citas periódicas debieron ser más largos y más estresantes, que los primeros 10 años -de los 18 - que he vivido yo entre mi primera operación y la tercera a la que me acabo de someter.

Diez años pueden ser toda una vida, un lindo regalo del Señor para compartir con tu familia, tus amigos, disfrutar tus pasatiempos, viajar o soñar. Esos 10 años que sobrevivió mi mamá fueron un tiempo maravilloso, pero nunca habrá sido suficiente. Te extraño, mamá. Hoy más que nunca.

Bendice, Señor, a los científicos que estudian y desarrollan los diagnósticos por imágenes, que ayudan a los doctores a ver por dentro de nuestro cuerpo y nos permiten detectar a tiempo cualquier desperfecto. ¡Ilumínalos siempre!

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