Conforme más personas se enteran de tu situación, más
recomendaciones llegan a tus oídos. Algunas voces son más autorizadas que
otras. Algunas suenan tan imperativas que si no las cumples te invade la
culpabilidad. ¡Qué horror! No puedes
hacer un sacrificio por tu salud… Así nos suena la conciencia, mejor dicho
nos remuerde.
Recuerdo mi primera vez, hace 18 años. No carne de res, dictaminó mi cirujano. Sería preferible que evitara las carnes rojas sugirió mi oncólogo,
sin darle mucha importancia. El cirujano me aconsejaba tomar mucha chicha
morada y evitar las gaseosas oscuras, mientras que las enfermeras que me
aplicaban la quimioterapia me indicaban tomar litros de agua de piña para
ayudar a mis riñones.
Mi suegro que era bioquímico y, por coincidencia, dado a
médico naturista me habló de la dieta de las 1,500 calorías diarias para no
darle mucho combustible a las células cancerosas –Él hacía esa dieta desde
hacía año para evitar que unos pólipos intestinales se transformaran en algo
más-. Yo que siempre he tenido buen diente, me terminaba el plato del día de un
soplido, mientras que él en la cabecera de la mesa comía su plato de arroz con
atún y papaya. Su único gusto era unas gotas de leche condensada sobre un plátano
o unos trozos adicionales de papaya. Yo, en cambio, calmaba mi ansiedad
preparando las más ricas recetas de leche condensada Nestlé y lo tentaba con
ellas. No sé si para evitar que yo me comiera todo el postre sola o porque
realmente era una atrevida, pero mi suegro caía en el pecado y me aceptaba los
postres aunque fueran un peligroso exceso en su dieta.
A cambio yo acepté tomar con mi jugo un polvito que él
preparaba y –lo que más sacrifico implicaba-
mezclar en mi rica comida su horrible aceite de pescado que me iba a
ayudar a contrarrestar los efectos de la quimioterapia. Cuando me olvidaba el
pomito, mi suegrito que no era de hablar
decía “Rosa María, no te olvides de tu aceite…”. Me tenía vigilada.
Yo nunca pensé demasiado en los medicamentos que él me daba
hasta que hace unos años descubrí que un grupo de médicos naturistas vendían
los “antitumorales” de mi suegro en un instituto que lleva su nombre. Me sentí
muy afortunada y agradecida. Pensé que tal vez estaba viva tantos años por su
insistencia y el efecto de su tratamiento paralelo.
El día en que dejé mi nido de recién casada para volver a la
casa de mi papá, me despedí de mi suegro y -luego de explicarle que su hijo ya
no me quería (ni con el corazón ni a su
lado)- me dijo que me admiraba mucho porque él había sido testigo (auditivo) de
cómo me descomponía con el tratamiento y que a pesar de ello yo lo había
completado. Nos dimos un gran abrazo y no nos volvimos a ver nunca más. Pero
siempre lo recuerdo con mucho cariño. Incluso ya separada mi ex aparecía con
los polvitos que me enviaba su papá y yo me los tomaba sin cuestionar.
Hace poco una amiga me habló de unos productos que te
despiertan las defensas naturales, sabía que eran caros, pero por lo visto muy
buenos. En ese momento sentí esa sensación de inseguridad que empieza con Y si valen la pena y yo no los estoy tomando…
Realmente agradecí el gesto pero me
prometí a mi misma tomármelo con calma. De momento seguiré con la quimio, más
la dieta indicada. Empezando el día con mi extracto de betarraga, zanahoria y
piña, la cucharada de Noni dos veces al día, al igual que la media cucharadita
de bicarbonato de sodio en medio vaso de agua. En el almuerzo mi caldo de bazo
y caldo de cuy (que aun tengo congelado en la refri esperando el día indicado)
y todas las verduras y frutas rojas, el
té verde y mis 50 gramos de fruta seca como fuente de proteína y fibra.
Algunas veces me siento mal porque no estoy comiendo
suficiente espinaca, ni tomando las hojas de guanábana o de coca como agua de
tiempo. Peor, les juro, que hago lo que puedo.
Gracias, Señor, por
los amigos bien intencionados y preocupados. Te pido que los bendigas y
protejas. Bendice también a todos aquellos que estudian y desarrollan
tratamientos paralelos y con ello incrementan nuestras esperanzas de triunfo en
esta lucha célula a célula que acometemos sin saber con cuantos reclutas
contamos ni con cuanta artillería.
No sé si soy una de las amistades menos autorizadas para sugerirte alguno de los pasos para mantenerte con nosotros, los que te queremos y nos preocupamos por ti, pero déjame darte una solución irrefutable para seguir en la vida: la alegría y buen humor. Si estás así, lejos de la depresión y el temor (lo más alejada posible) todo irá bien. Lo he visto mientras esperaba mi cita con el oncólogo, al conversar con los otros pacientes, en la mirada de muchos de ellos, los que sí superaban el mal y los que no. Hay muchas recetas, vegetales, animales, etcétera, pero tan infalible como el buen estado de ánimo no. No te preocupes tanto de lo que comas o no. Solo sácale el jugo a la vida, distráete con buena compañía, rodéate de buenos amigos, sé feliz, querida amiga, y así te tendremos mucho tiempo entre nosotros.
ResponderEliminarMe gusta tu sugerencia, creo que es una buena receta. Además depende de mí... y no genera culpa.
ResponderEliminarLa alegría no es un estado constante, es una actitud hacia la vida, como la búsqueda de la felicidad.
Gracias por recordarme que una de las principales luchas de esta guerrera es hacia el temor y que cuento con la fe, la confianza y el aliento de mis amigos como una certera artillería.