jueves, 2 de febrero de 2012

La peor parte: dar la noticia

Ayer me puse mi peluca nueva, con un corte envidiable, cerquillo lacio, sin mis clásicos rulos y castaña clara en lugar de mis habituales mechas rojas.

Me preocupaba mucho ir a mi clase con los niños y qué se dieran cuenta. ¿Se dieran cuenta de qué?? ¿De que tenía peluca? ¿O qué tenía cáncer?? 

Para disimular me puse mi pañuelito como siempre, pero el pelo estaba más largo, más lacio y de otro color…Ni bien entré todos me quedaron mirando y a boca de jarro me preguntaron: “¿Qué te has hecho?” A lo que yo les contesté: “Me cambié de pelo. Un día me gusta lacio, otro crespo, otro con pañuelo…” “Ah, tienes peluca” fue la conclusión y nadie volvió a preguntar nada más. ¡Uf!

Por la tarde, me reuní con un par de amigos, esta vez fui con la peluca y sin pañuelo. Me sentía con conflicto de identidad, pero ellos me dijeron: “¡Qué bien estás!” Yo no me sentía tan bien como ellos sostenían. “Son amables”, pensé. Y como me sentía horrible por no haberles contado nada hasta ese momento, les dije la verdad.

Casi tuve que recoger del piso a mi joven amigo, su enamorada lo tomó con más madurez, pero era evidente que él estaba punto de llorar como si estuviese viendo mi funeral.

Cuando le dije que el pronóstico era bueno y que ya era la tercera vez que enfrentaba este mal, se puso un poco mejor, pero su rostro seguía mostrando perplejidad.

Me sentí mala,  cruel por haberles dado este notición cuando nos tomábamos un heladito a media tarde. Me sentí bien porque convencí a alguien más que el cáncer no necesariamente te mata. Yo soy la prueba viviente.

Se los conté porque no haberlo hecho podría ser considerado una traición. Pase lo que pase, reaccionen como reacciones, mis amigos merecen conocer mi estado de salud. Mis enemigos, no.

Señor, te doy gracias por los ángeles que me envías a diario, los que te encuentran, te invitan un jugo y se ponen a  orar contigo con todas su alma. Bendícelos, señor. ¡Cólmalos de felicidad!

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